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La Ansiedad del Actuar

Por Mevlana Celaleddin Rumi
Traduzido por Coleman Barks
Versão em Português por Yao Sheng

Comienza con un pensamiento temeroso que destroza tu confianza al igual que una sirena destroza la paz de un domingo por la mañana. Te gustaría pensar en otra cosa, pero los lamentos de dolor y pérdida reclaman tu atención.

Sin importar lo bien que hayas ensayado lo que has planeado hacer, la ansiedad del actuar puede destrozarte. Tu corazón funciona a batacazos y las palmas te sudan. Tu lengua se vuelve pesada y estúpida y tus labios de adhieren a los dientes. Al mismo tiempo tu cuerpo siente como si estuviera ardiendo por fuera y congelándose por dentro. Te sientes rígido como una barra de acero pero estás tan gelatinoso que apenas puedes permanecer de pie.

¿Qué sucede dentro de la mente que devasta el cuerpo de esa manera cuando "se funden los plomos" y ya no hay ensayo que valga?

Al comienzo de mi carrera musical tuve mi primer ataque de ansiedad. Lo recuerdo como si hubiera sucedido ayer por la noche. Estaba 'preparada' para una audición en directo con un banda country. No era la primera vez que me subía al escenario, pero era mi 'debut por dólares'. Había pensado que comprendía la ansiedad: eran unos instantes de nerviosismo antes de empezar. Pero en esa ocasión no cantaba por diversión. Ahora tenía importancia.

Puedo recordar mucho de lo que sucedió: Escuché al líder de la banda decir al público que una de sus señoritas favoritas iba a cantar You Ain't Woman Enough; y le vi volver la cabeza y hacerme ademanes mientras yo aguardaba al pie de la escalera, a la derecha del escenario, y estoy segura de que le oí decir mi nombre y entonces recuerdo vagamente que pidió aplausos para mí. Después de eso solo recuerdo que ningún condenado subió nunca al patíbulo con menos vivacidad que yo. No sé cómo tomé el micrófono y en verdad no recuerdo qué hice mientras estaba allí. El foco me daba en los ojos y mantuve la mirada hacia delante, con los ojos abiertos e incrédulos... sí, como un ciervo atrapado por las luces de un camión que se le acerca. Y si ese ciervo hubiera empezado a silbar Dixie (canción popular de los E.E.U.U.), hubiera hecho mucha más música de la que yo hice aquella noche.

No conseguí el trabajo pero cogí el mensaje: conquistar mi miedo u olvidar mi carrera. Era así de simple.

Antes de batallar con mi enemigo tenía que identificarlo. ¿Cuál era la diferencia esencial entre cantar en un ensayo y cantar frente al público? No era el cantar. No era la banda. Tampoco era el micrófono. Solo quedaba el público: algo dentro de mí estaba respondiendo ante él como si me mirara no esperando escuchar lo que iba a cantar... sino cómo lo iba a cantar. Iban a juzgarme: si cantaba bien me querrían; pero si no, no lo harían. Naturalmente mi ego quería que me quisieran. Así son los egos.

Me sentí bastante mal cuando me di cuenta de que el cantar, algo que amaba hacer, se había convertido en una herramienta, un medio por el cual iba a lograr que la gente me quisiera. La música dejó de ser música en el momento que la abandoné mentalmente y puse mi atención en la cabeza del público, cuando comencé a mirar y a escucharme a mí misma.

A menudo escuchamos talk shows radiofónicos donde alguien llama mientras su radio sigue encendida... y se hace imposible para el locutor mantener una conversación inteligente con el oyente, pues este se está escuchando a sí mismo - abandona su propia mente para ponerse con la audiencia del programa. Se encuentra dividido entre actor y observador. El locutor le dirá: "¡Apague la radio!", pues ninguna conversación inteligente será posible hasta que el oyente deje de intentar estar en dos sitios a la vez.

Recuerdo que una vez le preguntaron a una actriz cómo era capaz de llorar ante la cámara y hacer que lágrimas reales recorrieran sus mejillas. Sin duda ella sabía que se trataba de una situación fingida, que no había nada por lo que llorar. Pero con todo sus lágrimas eran reales. "Es mi trabajo -dijo-. Soy actriz." Pero la pregunta seguía ahí, ¿cómo lo hacía? "Bien -dijo-, recito un pequeño poema francés. A cada línea aprieto los músculos de mis ojos, y contraigo las pestañas en una expresión de disgusto. Me había entrenado utilizando un tipo de rutina biofeedback... afianzando cada paso mientras visualizaba las lágrimas. Fijaba mi atención en el poema, y entonces, después de unas pocas líneas, ¡Voila!, lágrimas." El poema era Au Claire de la Lune y las líneas específicas que servían para el truco eran, traducidas del francés: "Mi vela está muerta. No tengo más fuego. Por amor de Dios, abre la puerta." A mí no me pareció particularmente triste pero evidentemente esto desgarraba su corazón.

Decidí que necesitaba un truco similar para mantener mi atención en mi mente y en mi tarea. Solo podía haber música.

Me visualizaba dando un paso hacia el escenario... como si me estuviera acercando a la entrada de la cueva de Aladino. Deliberadamente echaba los hombros hacia atrás, tomaba una respiración profunda, empujaba la lengua contra el paladar y cerraba la mandíbula, estableciéndola en el modo de determinación. Metía la cadera, haciendo que la curva de mi espalda se arqueara hacia atrás en vez de hacia delante. Fingía una ligera sonrisa estirando un poco la boca y contrayendo los músculos de alrededor de la nariz y de los ojos, hasta que mi mirada se entrecerraba en ese asana de "yoga facial" que estimula la emisión de endorfinas. Estas hormonas naturales siempre conducen a una postura confiada y elevan el ánimo. Y entonces me visualizaba caminando hacia el micrófono, diciendo a cada paso: "Abrete Sésamo... sí, ábrete. Abrete, Sésamo, sí, ábrete para mí..." Y mientras la banda comenzaba a tocar una gran roca se apartaba dejando libre la entrada de la cueva, después entraba en ella con seguridad, como si estuviera en mi refugio. Y a la señal cantaba dentro de la cueva. Y todo lo que podía oír era la música resonando maravillosamente.

Esto fue lo que hice: me entrené para ir a mi interior y permanecer allí... segura en mi Refugio Búdico. No, no mejoré mi voz, pero estaba sobremanera equilibrada. A menudo pensaba que obtendría un público mayor y más apreciativo si tan solo me quedaba allí y demostraba mi truco de equilibrio. Pero ese no era el problema que estaba intentando resolver. Necesitaba conquistar mi ansiedad y obtener una nueva perspectiva sobre mi habilidad musical. Y en eso tuve éxito.

Después, se hizo simple entrenarme para entrar en trance... para sentarme en un cojín de meditación y dejar a un lado esos revoltosos pensamientos que acostumbraban retarme, dejando de verme desde afuera, observándome en el acto de observarme. Mentalmente me ponía en la Cueva - o en la Zona, como lo queramos llamar.

Este problema de vernos desde afuera y preocuparnos sobre cómo nos ven los demás ha estado rondando largo tiempo. Chuang Tzu lo describe como "la necesidad de ganar".

Dice (siguiendo la traducción de Thomas Merton):

    Cuando un arquero dispara por nada
    Tiene toda su habilidad.
    Si dispara por una hebilla de bronce
    Ya está nervioso.
    Si dispara por un premio de oro
    Se vuelve ciego
    O ve dos objetivos -
    ¡Está fuera de su mente!

    Su habilidad no ha cambiado. Pero el premio
    Le divide. Se preocupa.
    Piensa más en ganar
    Que en disparar -
    Y la necesidad de ganar
    Le resta poder.

No importa qué tarea tengamos que realizar, mientras pongamos nuestra atención en el exterior, en la mente de los demás en vez de mantener nuestra atención donde debería estar, segura en nuestro interior, en nuestra Mente Búdica, sufriremos ansiedad y haremos confusión de las cosas.

Todo lo que hace falta para solventar el problema es una concentración feroz, un truco de postura, y las palabras mágicas repetidas como un mantra. "Por amor de Dios, abre la puerta."

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Last modified: July 11, 2004
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