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Capítulo 2 - Entrenamiento Chan, Página 1 de 5

 

Mucha gente comienza el entrenamiento Chan con el pensamiento, "Bien, ya que todo es Maya o ilusión samsárica, no importa lo qué haga o cómo lo haga. La única cosa importante es alcanzar el Nirvana. Así que como las cosas no son ni buenas ni malas, haré lo que quiera." Importa lo que hacemos. El Chan es una rama de la religión budista y como budistas debemos observar unos preceptos éticos. Samsara o no Samsara, debemos respetar los Preceptos. Y en adición a esto, también debemos seguir unas estrictas normas de disciplina que gobiernan nuestro entrenamiento. Vamos a comenzar con las normas de entrenamiento:

A pesar de que hay muchos métodos que pueden seguirse, antes de comenzar cualquiera de ellos, un practicante debe cumplir estos cuatro requerimientos básicos:

El o ella debe:

1. Comprender la Ley de la Causalidad.
2. Aceptar las normas de disciplina.
3. Mantener una fe inquebrantable en la existencia del Yo Búdico.
4. Estar determinado a tener éxito en cualquier método que escoja.

Explicaré cada uno de estos cuatro prerrequisitos:

Primero, la Ley de la Causalidad explica simplemente que el mal produce mal y el bien produce bien. Un árbol venenoso da un fruto venenoso, mientras que un árbol sano da uno bueno.

Conceptualmente esto parece simple; pero en realidad es bastante complejo.

Los malos actos son una horrible inversión. Garantizan una ganancia en dolor, amargura, ansiedad y remordimiento. No hay ganancia para las acciones que nacen de la codicia, la lujuria, la cólera, el orgullo, la pereza o la envidia. Todas estas motivaciones sirven simplemente a las ambiciones del ego. Los malos actos nunca pueden desarrollar la realización espiritual. Solo garantizan penuria espiritual.

Por otra parte están las buenos actos, siempre que no sean realizados condicionalmente -como una inversión que dará una futura recompensa-, traerán al que los haga paz y realización espiritual.

Un buen acto libre de ego es muy diferente de un buen acto artificial. En apariencia, el efecto puede parecer el mismo; es prestada la ayuda o atención necesarias. Pero la persona que ayuda a otra con la esperanza secreta de recibir algún beneficio futuro, por regla general hace el mal, no el bien. Permítanme que ilustre este punto:

Hubo una vez en China un príncipe al que le gustaban mucho los pájaros. Siempre que encontraba un pájaro herido, lo alimentaba y lo ciudaba hasta que recobraba la salud; y entonces, cuando el pájaro había recobrado su fuerza, lo dejaba en libertad con mucho regocijo.

Naturalmente, se hizo bastante famoso debido a su talento como cariñoso sanador de pájaros heridos. Siempre que se encontabra un pájaro herido en cualquier lugar del reino, rápidamente se le llevaba el pájaro, y expresaba su gratitud a la considerada persona que se lo llevaba.

Pero entonces, para tratar de conseguir el favor del príncipe, la gente comenzó a atrapar pájaros y a lesionarlos deliberadamente para así poderlos llevar al palacio.

Fueron asesinados tantos pájaros en el curso de la captura, y su posterior mutilación, que el reino se convirtió en un infierno para los pájaros.

Cuando el príncipe vio el daño que estaba causando su bondad, decretó que nunca más se ayudara a ningún pájaro herido.

Cuando la gente vio que ya no obtenía beneficio por ayudar a los pájaros, dejaron de dañarlos.

A veces sucede que nuestras experiencias son como las de este príncipe. A veces, cuando pensamos que estamos haciendo lo más adecuado, nos damos cuenta para nuestro disgusto que en realidad estamos causando el mayor perjuicio.

¡Realizar un buen acto en silencio y en el anonimato! Olvidar el regocijo. Un buen acto debería tener una vida muy corta, y una vez muerto, debería ser rápidamente enterrado. No intenten resucitarlo. Demasiado a menudo intentamos convertir un buen acto en un fantasma que ronda a la gente, que recuerda constantemente nuestro maravilloso servicio - solo en caso de que comenzaran a olvidarlo.

¿Pero qué sucede cuando somos receptores de la bondad de otra persona? Bueno, entonces debemos permitir que el buen acto alcance la inmortalidad. Dejar vivir el buen acto de otra persona es mucho más difícil que permitir que nuestro buen acto muera. Permítanme también que ilustre esto.

Hubo una vez un tendero, un hombre bondadoso y decente que apreciaba a todos sus clientes. Cuidaba y quería que todos estuviesen sanos y bien alimentados. Matenía sus precios tan bajos que no ganaba mucho dinero, ni tan siquiera para contratar a alguien que lo ayudara en su pequeña tienda. Trabajaba muy duro en su honesta probreza, pero era feliz.

Un día vino una clienta y le contó una historia. Su marido se había lesionado y no podría trabajar en varios meses. No tenía dinero para comprar comida ni para él ni para sus niños. "Sin comida -lloró-, todos morirán."


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Last modified: July 11, 2004
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