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Capítulo 8 - Perseverancia e iniciativa, Página 3 de 4

 

Otro aldeano le ofreció dos zanhaorias secas mientras que otro recordó una cebolla que tenía guardada. Puñados de arroz vinieron de muchas casas.

Unos pocos más de vegetales viejos, un pequeño apio silvestre, un poco de pimienta, y entonces, para el deleite de todo el mundo, el delicioso olor de la sopa llenó el aire.

¡La gente trajo sus cuencos y comió con placer! Había sopa para todo el mundo. Todos estuvieron de acuerdo: "¡Qué hombre más inteligente que es capaz de hacer esta delicada sopa de piedras!" Le agradecieron al hombre su receta, cuyos principales ingredientes eran amor y generosidad.

De nuevo el hombre regresó a su cueva y continuó trabajando en su Hua Tou, "¡Amitabha! ¿Quién es el que ahora repite el nombre de Buddha?"

Pero se extendió su fama por ser una especie de "chef de sopa de piedra"; y cuando su madre y hermana oyeron hablar de su poder maravilloso, le fueron a visitar, trayendo y ofreciéndole un rollo de fina seda. Pero cuando entraron en su cueva, estaba en un profundo samadhi, y ni respondía a sus comentarios lisonjeros ni agradecía su regalo. Decepcionadas y enfadadas, su madre y su hermana apoyaron el rollo contra la pared y se marcharon.

Durante trece años vivió en esa cueva y al finalizar este tiempo, su madre murió y su hermana vino sola a llamarlo. Estaba agitada y deprimida, y sentía que su vida no tenía ningun sentido real.

Cuando entró en la cueva se quedó sorpendida al encontrar el rollo de seda apoyado contra el muro exactamente como lo había dejado.

"¿Qué secreto poder tienes que te hace tan independiente de las cosas del mundo?" preguntó su hermana.

"No tengo ningún poder secreto -dijo-. Me esfuerzo en seguir la vida del Yo Búdico. Me esfuerzo en vivir el Dharma."

Eso no le parecía a ella mucha respuesta, así que se puso en pie para irse.

"Llévate este rollo de seda contigo -dijo-. Llévate también algo que es más valioso." Y le dio la preciosa instrucción del Hua Tou. "Todos los días, desde la mañana hasta la noche, repítete a tí misma, '¡Amitabha! ¿Quién es el que ahora repite el nombre de Buddha?'"

El Hua Tou capturó su atención inmediatamente. Incluso antes de marchar había comenzado a hacer progresos espirituales con esto. Sus pensamientos, en vez de estar dispersos y agitados, de repente asentaron la cabeza para centrarse en el Hua Tou. En vez de estar deprimida y sin rumbo, se había involucrado actitavemente en la resolución del problema.

El hombre, al ver lo fascinada y encantada que estaba con este método, se dio cuenta de que era tiempo para volver al mundo e intentar ayudar a la gente.

Volvió al monasterio donde anteriormente había trabajado los campos y recibio la ordenación en el Dharma. Pero rehusó vivir en el monasterio. En vez de ello, siguió viaje a Xia Men, una ciudad en la costa sur de la Provincia FuJian, donde construyó una cabaña al borde del camino. Todos los días cogía raíces y vegetales silvestres, y hacía té que ofrecía gratuitamente a los peregrinos y otros viajeros.

Siempre que alguien le pedía consejo sobre cuestiones espirituales, repetía el consejo que le había dado el monje visitante: ¡recomendaba el Hua Tou!

Entonces, durante el reinado del Emperador Wan Li, la Emperatriz Madre murió, y el Emperador, destrozado por el dolor, planeó una suntuosa ceremonia funeral, una que fuera digna de su recuerdo. Pero, ¿qué sacerdote era digno de conducir el servicio? ¡Era un problema! Hay un viejo proverbio que dice: "La familiriadidad engendra desprecio", y el Emperador evidentemente conocía muy bien a los sacerdotes budistas de la capital. No creyó que ninguno de ellos fuera lo suficientemente santo para conducir el sagrado servicio.

Día tras día se enfrentaba con el problema de encontrar un sacerdote adecuado, y entonces una noche su madre le habló en sueños. "En la prefactura de Chang Zou en la Provincia Fujian -dijo-, hay un monje que es adecuado para conducir mi servcio funeral." No le dio más información.

Inmediatamente, el Emperador envió oficiales del gobierno a la Provincia FuJian para buscar a los monjes más santos. Y los oficiales, no teniendo mejor juicio de santidad que la que tenían entonces, simplemente cogieron a los monjes más eminentes que pudieron encontrar. Naturalmente, estos monjes estaban encantados de haber sido elegidos para el honor y, naturalmente, los oficiales estaban encantados de haber cumplido su cometido; y de este modo un grupo de oficiales y monjes muy felices regresaban a la capital. Por el camino se pararon en la cabaña del monje para tomar té.

"Venerables Maestros -dijo el monje-. Por favor, cuéntenme la razón por la que están tan felices."

Uno de los eminentes sacerdotes no pudo resistir el fanfarronear: "Estamos de camino hacia la capital para conducir los servicios funerales de la Emperatriz Madre."

Esta no le parecía al monje una ocasión para la diversión. Respetaba al Emperador y a la Emperatriz Madre que eran ambos budistas devotos. "Me gustaría ayudadles -dijo- ¿Podría acompañarles a la capital?"

Todos los oficiales y sacerdotes se rieron de él por ser tan tosco. Entonces se burlaron del sacerdote preguntándole incrédulamente, "¿En realidad espera ayudarnos a conducir los servicios?"


Perseverancia e iniciativa, Página 3 de 4

 

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Last modified: July 11, 2004
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