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Capítulo 8 - Perseverancia e iniciativa, Página 4 de 4"¡Oh, no! -dijo el monje- Sencillamente me gustaría llevar su equipaje." "Eso está mejor -dijo el sacerdote-. Muy bien, puedes venir en calidad de porteador." Mientras tanto, el Emperador había ideado una prueba para determinar qué sacerdote de los muchos que había convocado era digno de conducir la ceremonia. Tenía el Sutra del Diamante esculpido en una piedra, y cuando escuchó que los oficiales y sacerdotes se acercaban a palacio, situó esa piedra en el umbral de la Puerta de Palacio. Tristemente el Emperador vio como, uno por uno, los oficiales y los sacerdotes cruzaban la piedra, charlando unos con otros sobre diferentes cosas que harían para hacer la ceremonia más impresionante. El monje porteador fue el último monje en acercarse a la piedra. Cuando la vio, a pesar de que no la sabía leer, notó que era ¡una Escritura Santa! y le preguntó a uno de los sacerdotes, "¿Qué dicen estos caracteres?" Los sacerdotes dieron la vuelta, miraron hacia abajo y leyeron, "¡Qué! ¡Es el Sutra del Diamante!" dijeron sorprendidos; pero siguieron caminando y hablando unos con otros. El monje, sin embargo, no cruzó el umbral. En vez de ello, se arrodilló ante la piedra, y se quedó fuera de la puerta del palacio. El Emperador vio todo esto y entonces mandó entrar al monje. "¡Señor! -dijo el monje- Siento desobedecerle, pero no puedo deshonrar estas sagradas palabras caminando sobre ellas." "Si estuvieras leyendo el sutra, podrías sostenerlo en tus manos sin deshonrarlo, ¿no?" preguntó el Emperador. "Si pudiera leerlo, Señor, entonces no deshonraría las palabras sosteniéndolas en mi mano." El Emperador sonrió. "Entonces cruza el umbral caminando sobre tus manos." Así que el monje dio un salto mortal y entró al Palacio poniedo solo las manos sobre el suelo. Entonces el Emperador decretó que este humilde monje conduciría la ceremonia funeral. Pero cuando el Emperador preguntó al monje cómo tenía intención de proceder, el monje simplemente respondió, "Conduciré la ceremonia mañana por la mañana. Me hará falta un pequeño altar, un estandarte procesional, algo de incienso, candelabros y fruta para ofrecer." Esta no era la gran ceremonia que el Emperador tenía en mente. Así que, inspirado por los refunfuños de los eminentes sacerdotes, comenzó a dudar sobre su decisión de permitir al monje conducir los servicios. Inmediatemente ideó otra prueba. Ordenó a dos de sus más bellas y experimentadas concubinas que fueran a los aposentos del monje y le ayudaran en su ablución para la ceremonia. Y esa noche, por orden Imperial, esas dos mujeres fueron hasta el monje y procedieron a labarlo y a masajearlo; pero aunque usaron los ungentos y perfumes más sensuales, e hicieron todo lo que sabían hacer para estimularlo sexualmente, permaneció impasible ante sus esfuerzos. Cuando terminaron, les dio políticamente las gracias por su amable asistencia y les deseó buenas noches. Las mujeres le contaron esto al Emperador que se tranquilizó enormemente. Ordenó que la ceremonia se celebrara de acuerdo al diseño del monje. Durante la ceremonia, el monje fue al ataud de la Emperatiz Madre y dijo, "Míreme, querida Dama, como su propio Rostro Original. Sabed que en realidad no hay dos de nosotros sino solo uno. Piense que no hay nada que conducir y nada que seguir, por favor, acepte mis instrucciones y de un paso para entrar en el Paraíso." El Emperador oyó esto por casualidad y se consternó de nuevo por la simplicidad del discurso. "¿Es esto suficiente para liberar a Su Majestad, la Emperatriz Madre?" preguntó. Pero antes de que el monje pudiera responder, la voz de la Emperatriz Madre, sonando un poco molesta, resonó por todo el Palacio. "¡Ahora estoy liberada, hijo mío! ¡Inclina tu cabeza y dale las gracias a este santo maestro!" El Emperador se quedó pasmado, pero tan feliz de escuchar la voz de su madre que sonrió con alegría. Inmediatamente ordenó que se celebrara un banquete en honor del monje. En ese banquete ocurrió algo extraño. El Emperador se presentó ataviado suntuosamente y cuando el monje vio los pantalones del Emperador, que estaban rícamente bordados con dorados dragones del cielo, se quedó prendado por su belleza. El Emperador le vio mirar fijamente sus pantalones y dijo, "¡Virtuoso! ¿Le gustan estos pantalones?" "Sí, Señor -respondió el monje-. Creo que son muy luminosos y muy bellos. Brillan como lámparas." "Lo mejor para que la gente te siga" dijo el Emperador; ¡y en el acto se quitó los pantalones y se los dio al monje! Después de eso, el monje fue conocido como "Maestro Imperial Pantalones de Dragón". Les cuento esta bella historia porque quiero que siempre recuerden estos Pantalones de Dragón y al monje perseverante que los recibió. Queridos amigos, imagínense que ustedes también visten estos luminosos pantalones y son una lámpara hacia los pies de otros, una luz reluciente que pueden seguir. Recuerden también cómo ese monje se fijó rápidamente en los pantalones del Emperador, otros se fijarán en el suyo. No se rindan a la tentación o a la distracción. Mantegan siempre su Hua Tou en mente. Nunca se separen de él. Se convertirá en la fuente de su iniciativa. Y así es como deberían siempre ayudar a los demás, no se permitan nunca convertirse en desamparados. Recuerden: motivo, medios y oportunidad. ¡Conserven su motivación! ¡Busquen los medios de la Iluminación! ¡Encuentren la oportunidad de practicar! Entonces, cuando alguien pregunta, "¿Quién es culpable del éxito en Chan?" pueden decir, "Yo soy."
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Last modified:
July 11, 2004
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